Muchas veces oímos hablar de “la suerte” esa suerte que generalmente tienen los demás, que favorece a algunos proyectos, a algunos emprendedores, pero ni mucho menos a todos por igual.
Esa suerte que llega por sorpresa, de manera inesperada; una suerte impredecible que parece, solo toca con su varita mágica a unos pocos afortunados.
Sí, estamos de acuerdo, “la suerte” tiene un componente azaroso que no podemos negar, pero, a partir de ahí, discrepamos; la suerte se busca, se trabaja y se visualiza hasta que finalmente llega. Puede que esa suerte aparezca en forma de oportunidad, esa que no podemos dejar escapar; o como un contacto “clave” que nos allana el camino hacia el éxito. En cualquier caso, las oportunidades son siempre fruto del esfuerzo, del trabajo constante e ininterrumpido que, al cabo de un tiempo, da sus frutos, como quien siembra para después recoger su cosecha.
La suerte, en contra de lo que pensamos, no es tan azarosa; la suerte se busca y se merece, la suerte recompensa y solo podremos o sabremos aprovecharla al cien por cien si cuando, finalmente llega, esta nos encuentra en movimiento, con esa inercia que nos da la energía necesaria para seguir avanzando hacia nuestros objetivos.